viernes, 14 de septiembre de 2012

#6

   Recuerdos, malos pensamientos, sonrisas pesarosas. Me revuelvo en mi cama, presa por 
una pesadilla que no desea zafarme de su abrazo terrorífico. Me envuelve, me rodea, me aprisiona, me desea. Entonces abro los ojos, deprisa, y 
compruebo mí alrededor. Nada, vacío, ni un ruido, ni una sombra de más.  Suspiro y me envuelvo entre las sábanas con lágrimas en los ojos. Pesadillas, oh dulces pesadillas, mis únicas compañeras en estas horas de la noche. Nunca, desde que tengo uso de razón, he soñado otra cosa que no fuesen pesadillas, desde que era pequeña siempre la noche se dedicaba a atormentarme mandándome esos inquietantes mensajes, imágenes del pasado transformadas en algo horrible. Es entonces cuando oigo la puerta de entrada y la curiosidad me puede. Me levanto con agilidad y sigilo, colocándome detrás de la puerta, justo cuando reconozco los pasos cansados y estrepitosos de mi padre. Sus pies van en dirección a mi cuarto, arrastrándose por el parquet, mientras yo me vuelvo a meter en la cama, fingiendo ese plácido sueño que nunca llega. La puerta se abre haciendo un leve sonido, y los pasos de mi padre penetran en la tenebrosa habitación. Le oigo refunfuñar sobre algo relacionado con el frío de mi cuarto, se acerca a mi cama y me susurra un te quiero. Yo, a pesar de estar tapada con el edredón por encima de la nariz, noto el penetrante olor a alcohol que predomina en la habitación. Sonrío con tristeza debajo de mi pequeño refugio y pienso que, por una parte, no está mal que llegue ebrio a casa de vez en cuando, son las únicas veces que me abraza o me dice que me quiere, pero eso es un pensamiento egoísta por mi parte. De pronto un olor diferente penetra por el edredón, esta vez no es alcohol, es un perfume. El perfume de una mujer que no es mi madre. El perfume de su querida. Cuántas veces he olido esta mezcla de olores, cuántas veces en tanto tiempo, mientras mi madre lloraba desconsoladamente por rabia y desesperación, alegando que era un sinvergüenza y que nos iríamos, que le dejaríamos solo como ya pasó tiempo atrás, cuando yo sólo contaba con la temprana edad de 3 años. Aún lo recuerdo como si fuese ayer. Malditos y crueles recuerdos. Entonces es cuando detecto otra presencia, una presencia que asusta y levanta compasión al mismo tiempo. Mi madre, que lo ha estado esperando, le agarra y le saca de mi cuarto. Y otra vez a la rutina. Le grita, le insulta, mi padre refunfuñando de nuevo, le dice que él tiene su vida y hace lo que le da la gana, mientras que, mi madre, frustrada y enfurecida, le recrimina que tiene una hija a la que dar ejemplo y cuidar. Mi padre exclama diciendo que ya no soy una niña y que debo valerme por mí misma. Y así, como cada condenada noche, la misma situación, la misma discusión y el mismo lugar. Nada cambia, la rutina de siempre. Mi madre entra después en mi cuarto, cuando todo se ha calmado, simplemente para seguir despotricando. Me despierta entre chillidos y rápidos movimientos, da vueltas por el cuarto frenética y con la mirada ida. Se auto compadece de sí misma, se lamenta de tener la vida que tiene a mi lado y al de mi padre, se ahoga en una tormenta de sus propios pensamientos. Ese es su error. La autocompasión. Ella lo sabe, pero aún así no quiere verlo. Nadie nunca quiere ver sus errores, solo quieren que remarquen sus cualidades. Mis ojos están anegados en lágrimas, pero aún así consigo mantener la compostura para que mi madre no se enfurezca más y me siga atacando de esa manera. Se pasa una hora gritándome que no somos la familia que quería. No somos nada de lo que quería. Todo le da asco. Yo sobre todo. Aún así no lloro, me mantengo impasible. Aguanto todos los insultos hasta que ella se calma, se va. Y yo me quedo sola. Sola de nuevo. Bueno, realmente no estoy sola. Tengo a una parte de la familia observándome desde el otro lado de la habitación. Hago un gesto y se acercan a mí, mientras yo estiro los brazos y agarro una jaula que está sobre mi estantería. Un pequeño animalito me observa desde dentro, con unos grandes y redondos ojos negros, parece triste y asustado. Meto la mano, haciendo que el animalito se suba corriendo en la palma. Dejo la jaula sobre la mesa y me vuelvo a acercar a la cama, seguido por mis otros dos miembros de la familia. Mi gato, ágil, se sube encima de la cama, pero a mi perro he de ayudarle a subir. Poco tiempo después me veo rodeada de mi jerba, Cardiel, de mi gato, Némesis, y de mi perro Byron. Ellos son mi verdadera familia. Cardiel descansa sobre mi pelo, muy cerca de mi cabeza, mientras que mi perro y mi gato se encuentran uno a cada lado, dejándose acariciar por mis trémulos dedos. La noche, a pesar de que a veces es cruel conmigo, me envuelve en su manto benefactor, me acuna y me envía sonidos desde la oscuridad, parecidos a los susurros de una madre tratando de calmar a un bebé cuando llora. Las lágrimas corren veloces a través de mis mejillas, empapando cada vez más la almohada en la que estoy apoyada. Ellos, mis pequeños compañeros animales, consiguen traerme la serenidad de nuevo, consiguen hacerme sonreír en los peores momentos, nunca me abandonan. Mi mente empieza a enturbiarse, a vagar por la gran hondonada de los sueños, la hondonada dormida de Morfeo. Antes de caer rendida ante el sueño dedico unas últimas palabras hacía mi pequeña parte de la familia.
- Todo el mundo cuando oye familia piensa en un padre, una madre, un hogar feliz… yo, cuando oigo familia, pienso en vosotros.

    Una familia, son aquellas personas que se quieren y que están para lo bueno y para lo malo, las cuales no sienten ningún reproche si tienen que tenderte la mano cuando te has caído. La familia es el hogar, es esa parte de nosotros que nos hace sentir a gusto, pero, realmente, hay diferentes tipos de familias, al igual que diferentes tipos de amor. Todo en este mundo es diferente y a la vez similar; a la vez que todo necesita a nada, para realmente ser todo. Dicen que las cosas tienden al caos, absolutamente todo, y a lo mejor eso es lo que sucede con los humanos. Nos presentan algo idílico y se vuelve caótico a causa de las mismas necesidades o sentimientos. ¿Es eso una posible excusa o exculpación? Quién sabe. Mi teoría es que sin caos no habría infinito, y que sin nada el todo sería inexistente. Así mismo, aunque mis padres conformen el caos, inexplicablemente, también son mi familia. A pesar de todas las discusiones y problemas, sé que si algún día necesito su ayuda estarán ahí para brindarme una oportunidad. Supongo que de eso trata la familia, de resistir y apoyarse en estos momentos tan difíciles. Realmente, doy gracias por tener un padre y una madre como ellos, porque si siguen juntos, a pesar de todo, es porque se quieren y porque no desean que mi futuro se vea perjudicado por todas esas acciones que comenten. No les culpo, pues son humanos y los humanos, para bien o para mal, siempre tenemos la tendencia a equivocarnos. Dejo que el odio y la crispación hacia mis padres se vaya disipando y tomando conciencia de muchas cosas que ya tenía en mente antes, cuando la mantenía gélida como el antártico.
Mis ojos, ya cerrados, vuelven a dar la bienvenida a las pesadillas, mientras que mi pequeña familia se remueve con impaciencia, esperando la llegada de un nuevo día, la aparición del astro rey por encima del horizonte. La noche nos muestra tal y como somos, nos mimetizamos en ella, nos fundimos con su pasión y tendencia al infinito. En ella lo somos todo y nada a la vez. Mi último pensamiento surge de forma inesperada, una nana, una canción japonesa que trata sobre la noche y las estrellas. 






 

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