Recuerdos,
malos pensamientos, sonrisas pesarosas. Me revuelvo en mi cama, presa
por
una pesadilla que no desea zafarme de su abrazo terrorífico. Me envuelve, me rodea, me aprisiona, me desea. Entonces abro los ojos, deprisa, y
compruebo mí alrededor. Nada, vacío, ni un ruido, ni una
sombra de más. Suspiro y me envuelvo entre las sábanas con lágrimas en
los ojos. Pesadillas, oh dulces pesadillas, mis únicas compañeras en
estas horas de la noche. Nunca, desde que tengo uso de razón, he soñado
otra cosa que no fuesen pesadillas, desde que era pequeña siempre la
noche se dedicaba a atormentarme mandándome esos inquietantes mensajes,
imágenes del pasado transformadas en algo horrible. Es entonces cuando
oigo la puerta de entrada y la curiosidad me puede. Me levanto con
agilidad y sigilo, colocándome detrás de la puerta, justo cuando
reconozco los pasos cansados y estrepitosos de mi padre. Sus pies van en
dirección a mi cuarto, arrastrándose por el parquet, mientras yo me
vuelvo a meter en la cama, fingiendo ese plácido sueño que nunca llega.
La puerta se abre haciendo un leve sonido, y los pasos de mi padre
penetran en la tenebrosa habitación. Le oigo refunfuñar sobre algo
relacionado con el frío de mi cuarto, se acerca a mi cama y me susurra
un te quiero. Yo, a pesar de estar tapada con el edredón por encima de
la nariz, noto el penetrante olor a alcohol que predomina en la
habitación. Sonrío con tristeza debajo de mi pequeño refugio y pienso
que, por una parte, no está mal que llegue ebrio a casa de vez en
cuando, son las únicas veces que me abraza o me dice que me quiere, pero
eso es un pensamiento egoísta por mi parte. De pronto un olor diferente
penetra por el edredón, esta vez no es alcohol, es un perfume. El
perfume de una mujer que no es mi madre. El perfume de su querida.
Cuántas veces he olido esta mezcla de olores, cuántas veces en tanto
tiempo, mientras mi madre lloraba desconsoladamente por rabia y
desesperación, alegando que era un sinvergüenza y que nos iríamos, que
le dejaríamos solo como ya pasó tiempo atrás, cuando yo sólo contaba con
la temprana edad de 3 años. Aún lo recuerdo como si fuese ayer.
Malditos y crueles recuerdos. Entonces es cuando detecto otra presencia,
una presencia que asusta y levanta compasión al mismo tiempo. Mi madre,
que lo ha estado esperando, le agarra y le saca de mi cuarto. Y otra
vez a la rutina. Le grita, le insulta, mi padre refunfuñando de nuevo,
le dice que él tiene su vida y hace lo que le da la gana, mientras que,
mi madre, frustrada y enfurecida, le recrimina que tiene una hija a la
que dar ejemplo y cuidar. Mi padre exclama diciendo que ya no soy una
niña y que debo valerme por mí misma. Y así, como cada condenada noche,
la misma situación, la misma discusión y el mismo lugar. Nada cambia, la
rutina de siempre. Mi madre entra después en mi cuarto, cuando todo se
ha calmado, simplemente para seguir despotricando. Me despierta entre
chillidos y rápidos movimientos, da vueltas por el cuarto frenética y
con la mirada ida. Se auto compadece de sí misma, se lamenta de tener la
vida que tiene a mi lado y al de mi padre, se ahoga en una tormenta de
sus propios pensamientos. Ese es su error. La autocompasión. Ella lo
sabe, pero aún así no quiere verlo. Nadie nunca quiere ver sus errores,
solo quieren que remarquen sus cualidades. Mis ojos están anegados en
lágrimas, pero aún así consigo mantener la compostura para que mi madre
no se enfurezca más y me siga atacando de esa manera. Se pasa una hora
gritándome que no somos la familia que quería. No somos nada de lo que
quería. Todo le da asco. Yo sobre todo. Aún así no lloro, me mantengo
impasible. Aguanto todos los insultos hasta que ella se calma, se va. Y
yo me quedo sola. Sola de nuevo. Bueno, realmente no estoy sola. Tengo a
una parte de la familia observándome desde el otro lado de la
habitación. Hago un gesto y se acercan a mí, mientras yo estiro los
brazos y agarro una jaula que está sobre mi estantería. Un pequeño
animalito me observa desde dentro, con unos grandes y redondos ojos
negros, parece triste y asustado. Meto la mano, haciendo que el
animalito se suba corriendo en la palma. Dejo la jaula sobre la mesa y
me vuelvo a acercar a la cama, seguido por mis otros dos miembros de la
familia. Mi gato, ágil, se sube encima de la cama, pero a mi perro he de
ayudarle a subir. Poco tiempo después me veo rodeada de mi jerba,
Cardiel, de mi gato, Némesis, y de mi perro Byron. Ellos son mi
verdadera familia. Cardiel descansa sobre mi pelo, muy cerca de mi
cabeza, mientras que mi perro y mi gato se encuentran uno a cada lado,
dejándose acariciar por mis trémulos dedos. La noche, a pesar de que a
veces es cruel conmigo, me envuelve en su manto benefactor, me acuna y
me envía sonidos desde la oscuridad, parecidos a los susurros de una
madre tratando de calmar a un bebé cuando llora. Las lágrimas corren
veloces a través de mis mejillas, empapando cada vez más la almohada en
la que estoy apoyada. Ellos, mis pequeños compañeros animales, consiguen
traerme la serenidad de nuevo, consiguen hacerme sonreír en los peores
momentos, nunca me abandonan. Mi mente empieza a enturbiarse, a vagar
por la gran hondonada de los sueños, la hondonada dormida de Morfeo.
Antes de caer rendida ante el sueño dedico unas últimas palabras hacía
mi pequeña parte de la familia.
- Todo el mundo cuando oye familia piensa en un padre, una madre, un hogar feliz… yo, cuando oigo familia, pienso en vosotros.una pesadilla que no desea zafarme de su abrazo terrorífico. Me envuelve, me rodea, me aprisiona, me desea. Entonces abro los ojos, deprisa, y
Una familia, son aquellas personas que se quieren y que están para lo bueno y para lo malo, las cuales no sienten ningún reproche si tienen que tenderte la mano cuando te has caído. La familia es el hogar, es esa parte de nosotros que nos hace sentir a gusto, pero, realmente, hay diferentes tipos de familias, al igual que diferentes tipos de amor. Todo en este mundo es diferente y a la vez similar; a la vez que todo necesita a nada, para realmente ser todo. Dicen que las cosas tienden al caos, absolutamente todo, y a lo mejor eso es lo que sucede con los humanos. Nos presentan algo idílico y se vuelve caótico a causa de las mismas necesidades o sentimientos. ¿Es eso una posible excusa o exculpación? Quién sabe. Mi teoría es que sin caos no habría infinito, y que sin nada el todo sería inexistente. Así mismo, aunque mis padres conformen el caos, inexplicablemente, también son mi familia. A pesar de todas las discusiones y problemas, sé que si algún día necesito su ayuda estarán ahí para brindarme una oportunidad. Supongo que de eso trata la familia, de resistir y apoyarse en estos momentos tan difíciles. Realmente, doy gracias por tener un padre y una madre como ellos, porque si siguen juntos, a pesar de todo, es porque se quieren y porque no desean que mi futuro se vea perjudicado por todas esas acciones que comenten. No les culpo, pues son humanos y los humanos, para bien o para mal, siempre tenemos la tendencia a equivocarnos. Dejo que el odio y la crispación hacia mis padres se vaya disipando y tomando conciencia de muchas cosas que ya tenía en mente antes, cuando la mantenía gélida como el antártico.
Mis ojos, ya cerrados, vuelven a dar la bienvenida a las pesadillas, mientras que mi pequeña familia se remueve con impaciencia, esperando la llegada de un nuevo día, la aparición del astro rey por encima del horizonte. La noche nos muestra tal y como somos, nos mimetizamos en ella, nos fundimos con su pasión y tendencia al infinito. En ella lo somos todo y nada a la vez. Mi último pensamiento surge de forma inesperada, una nana, una canción japonesa que trata sobre la noche y las estrellas.
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