viernes, 14 de septiembre de 2012

#12

   Lentamente en mi mente se fueron desdibujando las líneas de lo que se puede considerar real y lo que no, todo se fue difuminando, esparciéndose y agrandándose a medida que los segundos pasaban. Los contornos nítidos pasaron a ser simple líquido, el cielo era una masa compacta y la tierra, un mar rojo. Entonces desenfundé el arma y me levanté despacio. El blocao había evitado la ráfaga de balas y los enemigos estaban frustrados ante mi perspicacia. Volví a levantarme con ligereza y arremetí contra ellos, con la mano izquierda sostenía un cuchillo  con el cual los remataba, mientras que con la derecha iba con mi UMP 45 matándolos a lo lejos. Los pocos enemigos que quedaban estaban cansados, agotados mejor dicho, y yo me guiaba por mi odio, por mi rabia y por mi sed de sangre, así que no les di una sola oportunidad. Después de mi pequeña matanza me senté, de nuevo, en el blocao, esta vez teñido de sangre. Entonces una niña pequeña apareció frente a mi, sonriente, saltando entre los cuerpos de los soldados, de los cabos, de los tenientes, hasta llegar a mi lado en el blocao. Su mirada estaba llena de felicidad y estaba llamando a alguien, parecía contenta y tranquila de estar en un sitio como este. Me acerqué a ella despacio y, al intentar tocarla, mi mano la atravesó por completo. Efectivamente, mi mente no me engañaba, ella no estaba allí, ella ni ninguna de las personas que vi aparecer después. Bueno, mejor dicho, yo no estaba allí. Yo nunca he estado donde se encuentra la niña ni la gente, sino en una realidad muy diferente a la suya, donde cada día que pasa es angustiosamente igual al anterior. Ellos, los demás, no pueden verme, pues estoy condenado a repetir esta guerra observando su felicidad. Soy un vago recuerdo de una realidad voluble, que persiste gracias a su forma material... El blocao.





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